Hola niña,
Por favor… cuéntame
todo lo de la reunión de antiguos alumnos. Me muero de ganas de saber la ración
de barrigas y michelines que la heterosexualidad les ha traído de regalo…
Seguro que tú estabas estupenda y has reavivado todas aquellas pasiones que
despertabas entonces. Si supieran que ahora lo máximo que pueden conseguir de
ti es cuarto y mitad de mortadela, se quedarían con dos palmos de narices (si
no es que lo tienen ya).
Fíjate, cuando me
hablas de tu vida en el pueblo, me parece todo tan lejano y diferente… Son
muchos años viviendo en esta gran ciudad y leerte sobre la España profunda me
hace pensar que si le dejase tus cartas a alguna de mis conocidas más tontas
del lugar, reafirmarían su idea de que nuestro país es el norte de África. No
sabes cómo he tenido que pelear con algunos en el pasado para que piensen que
allí los españoles NO vamos vestidos de toreros todo el día y las mujeres NO
bailan sevillanas a todas horas. Te juro que algunos es la idea que tenían.
Afortunadamente con el tiempo, y Almodóvar, ha cambiado su idea bastante y ya
conocen la paella, a Javier Bardém, a Penélope (no a ti, a la otra, aunque tú
triunfarías bastante más) y si me apuras, alguno que otro sabe dónde está
Albacete. Pero a lo que voy, en cuanto tengas ganas me cuentas la razón por la
que decidiste ese cambio tan radical.
En fin… hoy me
duele la muela de una forma apocalíptica. No sé si acabaré esto rompiendo el
teclado o dándole un mordisco al ratón. Me he tomado un par de analgésicos y
estoy algo atontado, por lo que si mi mensaje no tiene sentido alguno, pues ya
me perdonarás, pero estoy que no me aguanto. Para colmo me han invitado a una
fiesta de esas que sólo saben hacer en Manhattan. Sí, como en las pelis. Fiesta
en loft maravilloso, en el que se reúne lo mejorcito del momento. Incluso puede
que aparezca algún famosillo. Eso sí, si eso ocurre, la regla de oro es no
hacer el cateto y correr a sacarte una foto con el iphone. Yo, lo siento, sigo
siendo de los que me muero por hacerme la foto y me deslizo educadamente hasta
que consigo mi propósito. De esta forma ya tengo una buena colección de
instantáneas con las que fardar cuando vaya a verte.
Bueno, dejemos mi
dolor de muelas y me centraré en la historia que dejé en mi anterior correo.
Simon. Su repentina desaparición y mi decisión. Cómo imaginarás, yo no podía
quedarme tan tranquilo en la ciudad. Se me comía la desesperación. Imaginé que
me había dejado de querer, que había tenido un accidente, que me había dejado
de querer, que estaba moribundo en un hospital, que me había dejado de querer,
que se había marchado a médicos sin fronteras aunque no fuese médico y, sobre
todo, que me había dejado de querer. El único contacto que tenía de él era el
número de teléfono de su casa y el lugar
dónde decía que pondría el restaurante. Así que con esa maravillosa
pista, decidí marcharme a Nueva York y buscarlo. Para aquel entonces los vuelos
no eran tan baratos como ahora y yo no es que tuviese muchos ahorros. Hablé con
mis padres y les conté mi decisión de marcharme. No entendieron nada. No
quisieron entenderme. No pude hablarles de amor. No pude contarles la verdad.
Por lo tanto, les mentí. Hablé de un trabajo maravilloso que me esperaba allí.
Ellos sabían de mi afición por el mundo del cine. Estudiaría allí. Me haría
famoso. Estarían orgullosos de mí. Mi padre, que nunca se preocupaba de mi
vida, hizo un intento de ejercer y se negó. Mi madre, utilizando sus mejores
chantajes, me suplicó que me quedara. Pero tú sabes que el amor es ciego y que
la obsesión se comía mis entrañas. Debía saber lo que ocurría. Si le había
pasado algo a Simon, pues lo cuidaría. Si me había dejado de querer, me tiraría
desde el edificio más alto y King Kong fue una clara referencia en mi vida para
saber cuál era.
Los días siguientes
fueron muy dramáticos. Vendí todo lo que pude y que iba destinado al billete de
avión y a poder pasar unos días sin acabar en la indigencia. Te preguntarás si
no tenía miedo. Es increíble cómo cuando eres joven y estás enamorado, todo te
parece tan fácil. Lo único que me preocupaba era el llegar allí. El resto me
traía sin cuidado. El cine me había enseñado que llegaría, conseguiría
encontrar el restaurante, me vería entrar, nos miraríamos y correría a mis
brazos. Me explicaría lo mal que lo había pasado cuando se quemó su casa y
perdió todos los teléfonos, incluido el mío. Cómo casi se volvió loco al saber
que no podría localizarme. Y es que el amor borra la lógica, esa que debería
recordarme que podría haberme escrito a casa (tenía mi dirección). Que incluso
se tendría que saber mi teléfono de memoria. Pero vuelvo a repetir, el amor no
sabe de obstáculos.
Te voy a ahorrar
detalles sin importancia y voy a lo que interesa. Llegué al aeropuerto un frío
día de diciembre con una maleta cargada de ilusión y 600 dólares en el
bolsillo. Por aquél entonces para mí eso era un fortunón. Mi madre, desafiando
a mi padre, se fue un buen día por su cuenta y cambió pesetas en dólares y me
lo dio como si fuese mi dote. Las madres no son tontas y ella sabía que mi
partida tenía que ver más con los sentimientos que con los estudios. Sé que
dentro de ella, alimentaba la ilusión de que me fuese bien, que yo arreglase
todo aquello que en su vida no había conseguido. Creo que volcó en mí esos
deseos que mil veces tuvo de huir y que nunca tuvo el valor de cumplir. Lloró
en el aeropuerto y me dijo que siempre me querría, que yo era su hijo… seas como seas. Ahí supe que ya no había
vuelta atrás. Que la persona que más me importaba en el mundo daba su visto
bueno. Cómo tengo grabada en la mente su cara, su figura menuda agarrada a un
pequeño bolso siempre preparado para una huída que nunca ocurrió. Nunca supe si mi madre fue feliz en su vida,
nunca lo reconoció, sin embargo en aquel momento sonreía, sonreía al verme
cumplir un sueño, un sueño que ni siquiera conocía, un sueño que también era
suyo. Estoy seguro que se quedó mirando el avión hasta que se convirtió en un
puntito y ella viajó conmigo, su mente se vio hablando en extranjero, paseando
por avenidas eternas y edificios interminables. Me prometí que la traería a
visitarme en cuanto tuviese un sitio en el que quedarme. Un sitio que veía con
Simon. Un apartamento maravilloso en el que seríamos felices y comeríamos
perdices, si es que se comían en América. Pero el amor es ciego. Muy ciego. Es
ciego y tonto. Ciego, tonto e inocente.
Así que llegué un
frío día de diciembre y cuando aparecí en el control de pasaportes, me sentí como
quién llega al nuevo mundo en busca de un futuro ya olvidado. Me agarraba a mi
pasaporte y mi cartera con un miedo alimentado por la ficción y me negaba a
pensar en obstáculos. El primero no tardaría en llegar. Cuándo un oficial
hispano cogió mi pasaporte y me miró, supe que algo raro ocurría. Comprobó una
serie de cosas que yo no alcanzaba a ver, se levantó, habló con un compañero,
cogió el teléfono y sin más contemplaciones me dijo que le acompañase a la
oficina donde estaba la policía del aeropuerto. Así que me senté en una silla
rodeado de otras personas con cara de susto y mis peores temores comenzaron a
tomar fuerza.
Fin del capítulo de
hoy. Me gusta dejarte en tensión, pero tranquila, pasase lo que pasase estoy
aquí escribiéndote hoy, por lo que ni estoy muerto, ni en la cárcel… o… ¿quién
sabe? Puede que me encuentre donde menos te imaginas… A lo mejor al final te
doy una sorpresa, pues en esta vida nada es lo que parece y todo parece lo que
es…
Ay, mi niña,
escribe pronto y perdona si lo que escribo hoy no tiene pies ni cabeza, pero la
muela es la del juicio y cuando duele agota mi nivel del mismo…
Te quiero mucho.
Uli.
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