Hola chiquilla,
Perdona que haya
tardado tanto en contestar, pero esta vida mía decide complicarse a cada minuto
que pasa y la semana pasada me tomé unos minutillos para acabar con ella. No te
asustes, o sí, ya que llevo un mal año y a veces la cobardía que con tanto
cariño atesoré en mi infancia, suele exigir su puesto en mi día a día y hay
momentos en los que gana la batalla.
Supongo que tu
barbilla descansa sobre el teclado de la impresión y que quizás estés tomando
uno de nuestros preciados Valiums
(¿lo has dejado ya?, yo tengo siempre uno de reserva), pero no ha pasado nada
grave y me ha servido para despertar de una estupidez que me acunaba dulcemente
en sus brazos susurrándome nanas con un final bajo las vías del metro, caída
libre desde el puente de Brooklyn o atiborrado de pastillas sobre una preciosa
alfombra de espirales naranjas que compré hace un mes. Y te juro que lo he
intentado todo. El metro me daba cargo de conciencia, pues haría llegar tarde
al trabajo a miles de ciudadanos con lo que mi karma bajaría a menos diez. El
puente es una de las zonas más concurridas de la ciudad y al final la gente se
quería hacer fotos conmigo creyendo que era algún miembro de “El Circo del
Sol”, por lo que no vi seria mi decisión y opté por sonreír a cámaras y flashes
haciendo posturas divertidas y acabando siendo llamado al orden por un
agradable policía que paseaba por allí. Lo de la alfombra era lo más factible,
pero tan solo tenía valerianas, así que tomé un puñadito y estuve relajado
durante una noche entera y con el canal de teletienda como fondo (cuando
desperté, mis deseos por comprar fregonas, limpia cristales mágicos, máquinas
para tener fantásticos abdominales y otros muchos artilugios, se había elevado
a la categoría de preocupante). Así que viendo que no era mi hora y que,
realmente, tampoco la deseaba, decidí coger el toro por los cuernos (siento
esta expresión, pues una de las razones por las que estoy feliz de vivir aquí
es que no existen las corridas de toros) y pasar página.
Sé que no entiendes
nada de nada. Verás que sigo con ese humor que poco a poco iré recuperando
contigo y que intento conservar, pero aunque todo parezca cómico (lo fue, la
verdad), estaba decidido a acabar de una vez por todas. ¿Por qué? Sencillo,
amor. Siempre es el amor, ¿verdad, niña? Y es que estoy muy enamorado pero esta
relación no es fácil, nunca lo fue para mí, pero me ha faltado el cariño toda
mi vida y toda mi vida lo he buscado. Por lo visto mi capacidad se amplía a la
gente conflictiva que solo quiere ser amada sin preocuparse de las necesidades
del otro.
Bueno, como en las
buenas series de televisión, acabaré con una bomba que continuaré en el
siguiente episodio. Penélope, toda mi vida he ido buscando la verdad, mi
verdad, esa que me machacaba día a día, y con la que me machacaba la sociedad.
Los ochenta fueron malos, demasiado malos para nosotros, pero me enseñaron a
sobrevivir (curioso que con el paso del tiempo lo que deseaba era no vivir) y a
aceptarme como soy. Porque sí, soy gay. Supongo que lo imaginabas hace tiempo,
que lo has sabido siempre, pero esa fue la causa de muchas cosas y es la causa
de muchas otras.
Quiero acabar
diciéndote que no tengo en mente tirarme por el Empire State Building, seguro
que en el piso 25 me arrepentiría y nunca he conseguido ser Superman. Estos
días me han hecho ver que tengo que actuar, que tengo que empezar a reaccionar.
La próxima vez te lo contaré todo y espero que me ayudes, siempre lo has hecho.
Hasta pronto, mi
Penélope
Ulises
P.D. Por cierto,
¿te has hecho charcutera? Sólo por ver eso merece la pena vivir…
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