ESPERANDO...

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jueves, 29 de mayo de 2014

OJOS QUE ME MIRAN...

Bueno, el frío casi no me deja ni escribir…

No te puedes ni imaginar la nevada que ha caído por aquí. No se conocía semejante caos creo desde el incidente de las torres gemelas, que por cierto viví de cerca y aún me regala alguna que otra pesadilla de vez en cuando.

En fin, a lo que vamos. Que tienes un abanico de curiosidades que iré desvelando poco a poco, que si lo hago ya, ¿a ver de qué voy a hablar en los próximos cincuenta años contigo? Me dices que te cuente la razón de mi venida a Nueva York. Esa es fácil. Huir. ¿Te suena de algo? Huir. Siempre huyendo, como si fuésemos delincuentes de nada. Y al final, huimos de nosotros mismos, nada más. Pero voy a volver unos años, unos veinticinco. Era esa época en la que tú y yo nos íbamos distanciando por todo lo que pasó y hoy en día me doy cuenta de que quién menos culpa teníamos éramos nosotros. Maldigo el pasado que nos ha robado el futuro (sigo tan melodramático… sí, aún veo todas las pelis de Bette Davis). Nos apartamos de nosotros mismos y me lancé en mi propia búsqueda. Era complicado, pues no tenía claro lo que quería, aunque sabía lo que me atraía. El camino establecido estaba claro: hombre conoce a chica, chica se enamora de chico, chico pide de salir a chica, chica acepta y se deja agasajar, chico pide matrimonio a chica, chica se deja agasajar, chico se casa con chica y se surten de cientos y cientos de perdices que llenen sus años de sequía. Eso era lo que me deparaba el futuro. Un matrimonio equivocado, una novia equivocada y unos sentimientos maquillados. Afortunadamente, para mí, me di cuenta y huí (no sería la primera vez, claro). La dejé con una llamada de teléfono (no era la época de facebook ni de los benditos sms) y me sentí como un cerdo. Pero no tenía el valor de confesarle todo. ¿Cómo confesar aquello que ni siquiera te permites aceptar? Cómo decir que una noche rutinaria de funky y gin-tonic se me cruzaron unos ojos a los cuales no dejé de mirar. Unos ojos que no sabían de rimmel ni de pestañas postizas. Una mirada que me proponía desvelar misterios, acortar distancias, nutrir fantasías. Y llegó la obsesión. Obsesión por sentir, obsesión por encontrar. Algo se rompió dentro de mí. Algo nació y se bautizó. Debería seguir, debería reencontrarme. Y ahí empezó mi calvario. El calvario del amor, un amor que se hizo de esperar, que se hizo de rogar. Un amor sabio, maduro, que jugaba con mis sentimientos adolescentes. Se llamaba Simon y era de Nueva York. Había venido a España a pasar una temporada y aprender español. Tenía intención de montar un restaurante de tapas en Manhattan. Sería el primero, el mejor. Yo me crucé en su camino y él se cruzó en el mío. Una noche de lluvia y truenos nos encontramos en la calle. A veces la vida te regala un guión de esos listos para ser filmado, con sus efectos especiales, su banda sonora con nominación para oscar. Corrí a protegerme del diluvio y me tapé la cara para esquivar los relámpagos. Me dan pánico. Me recuerdan el fin del mundo. Es como si en mi otra vida hubiese vivido el final de los tiempos y esa fuese la única señal que quedaba en mi subconsciente. Y allí estaba, de espaldas a la pared, temblando como un crío, cuando lo oí. “¿Te encuentras bien?” Cuando aparté mis manos, un relámpago rasgó el cielo de parte a parte, pero una cara me protegió de todo mal. Era su cara, su sonrisa, su mirada. No hizo falta más. Nos besamos. Allí, azotados por la lluvia, por el fin del mundo, por el apocalipsis. Nunca he vuelto a sentir lo mismo con un beso, ese deseo, esa sensación de querer asimilar todos los placeres ocultos, todo el morbo, toda la pasión. Aglutinar en un beso lo que puede que no vuelva a ocurrir nunca más. Nos abrazamos y nos reconocimos. Era él. Era yo. Fue tan bonito, Penélope. El camino se abría de repente y se cerraba. Debía tomar una decisión. Debía aceptar. Simón tenía diez años más que yo y llevaba su homosexualidad con una naturalidad que a mí me creaba ansiedad. Pasamos un mes juntos. Yo robando minutos a la vida. Mintiendo a mi entorno. Inventando otro ser que no era yo. Restando horas. Mirando de reojo el día en que él volvería a Nueva York. Lloré. Cuánto lloré. Simón era una parte de mí. Mis brazos, mis piernas, mi corazón. ¿Cómo iba a soportar su ausencia? Sabía que me moriría sin él. Que el solo hecho de reanudar una vida sin su presencia, sería imposible. Y me pidió que me fuese con él. Me lo pidió desde su alma. Me lo pidió con el corazón. Me lo exigió. Me lo suplicó. Era una locura. Era la locura más cuerda que nadie me había pedido nunca. Sería mi oportunidad. Podría huir, empezar, amar… Y dije que no, Penélope. Dije que no y sé que lo destrocé en ese momento. Tenía tanto miedo. Tenía tanto amor…

Hice mal, lo sé. Nuestra separación fue como si nos muriésemos un poco. Fue morirnos del todo… El día que lo despedí en el aeropuerto me quedé sentado en el suelo contra la pared horas. No podía reaccionar. Hoy en día tendríamos los móviles para comunicarnos, los ordenadores para chatear, pero entonces, sólo teníamos el deseo, la memoria, los pensamientos…

Pasaron las semanas y hablábamos por teléfono casi todos los días. Me arruiné en cabinas oscuras, frías, perdidas. Hasta que un día su número dejó de funcionar y perdí el contacto con él… Me volví loco. Me odié. Me llamé cobarde, gilipollas, imbécil… Odié mi entorno por haberme robado lo que más deseaba, lo que más quería, pero me di cuenta de que el que había robado todo eso había sido yo… Así que tomé una decisión… la que cambiaría mi vida…

Y el siguiente capítulo te lo contaré más adelante… que así te dejo con la incógnita. Sé que te imaginarás muchas cosas o igual nada, pero te digo una cosa, según me conoces, conmigo no puedes presuponer nada.

En fin…, me voy a currar que hoy doblo turno. Ah, y lo del anunció se lo dieron a un enchufado de Brooklyn que no se lo merecía nada, nada…

Te quiero mucho, Pe.

Ulises.

P.S. Perdona que corte así, de sopetón, pero se me ha hecho tarde y, reconozco, que hablar de todo aquello me pone un poco triste y, sinceramente, no quería continuar. Aún me cuesta relatar lo que pasó. Pero a ti te lo debo y tú lo sabrás todo. Te lo prometo.





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