ESPERANDO...

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lunes, 9 de junio de 2014

LAS NEURAS DE MI VIDA...

Buenas noches, niña...

Por fin he recibido un correo tuyo.  Vale.. que si, que soy tremendista. Que me gusta más un drama que a un tonto una tiza (nunca he aceptado mucho esta frase,  porque a quién no le gusta una buena tiza, no?). Pero me tienes que entender, que cuando empezamos este intercambio de mensajes lo hicimos con ganas y muy fluidamente. Por eso, al sentirte apartada, pues me preocupé. La verdad es que he recorrido millones de terapeutas a fin de curarme de este mal con el que me infectó la madrastra de Blancanieves cuando mordí la manzana. Pero si cuando era pequeño me dedicaba a colocar todos mis juguetes y complementos en perfecta armonía: tiendas de campaña, mesas con sus platos, monerías varias... y, así, cuando tenía todo preparado para un perfecto día de campaña, cogía carrerilla (yo, el que cogía carrerilla era yo) y me lanzaba cual Godzilla  carnavalero y no dejaba juguete sano. Me daba igual imaginar que era un Tsumami, un terremoto nivel 45 en la escala Richter o directamente el Fin del Mundo. Un buen psicólogo o terapeuta de chipirones en su tinta, me hubiese dicho en un abrir y cerrar de ojos que estaba volcando mis traumas infantiles contra esos juguetes que no tenían culpa de nada y a los que pedí perdón en un futuro muy lejano cuando vi Toy Story y se confirmó la teoría de que esos mismos juguetes, cuando los dejábamos solos, cobraban vida y acampaban a sus anchas por mi entretenida habitación. Y te lo digo en serio... hoy en día pienso en ellos, mirando estáticos mis enormes pies, regalando patadas a diestro y siniestro, deseando abrir sus boquitas y pedir clemencia. A saber dónde se encuentran hoy, pero allá donde estén, quizás reciclados en una botella de aguarrás o (si, por favor, por favor...), en otro juguete mejor tratado por niños de colegios bilingües y padres con siete u ocho carreras universitarias (todo esto lo digo en broma, espero que lo captes y no me borres para siempre).

Bueno... que me voy del tema y te dejé con la duda de mi llegada a Nueva York. Creo que lo último que te dije es que me llevaron a una sala tras mostrar mi pasaporte. Ese era uno de mis mayores terrores catastróficos. Que pensasen que era un terrorista a punto de atacar el planeta entero y que no sería salvado ni por Jack Bauer (si no lo sabes es el héroe de la serie 24 y que no viene a cuento, pero mi mente no es que venga mucho a cuento con la vida...). Supongo que siempre tengo cara de culpabilidad por todo. Cuando iba a mirar discos al Corte Inglés, siempre pensaba que me iban a detener por mi oculta intención de llevarme tres televisiones, cinco ordenadores y una lavadora secadora. No podía quitarme esa sensación de que todos me estaban mirando y que tú, como siempre has sido tan lista, a estas alturas ya sabrás que era una consecuencia de aquel profesor que me marcó en la infancia, una consecuencia de que no tenía derecho a ser feliz, a vivir mi vida, a regalarme el estigma de que pasase lo que pasase, siempre iba a ser observado por el mundo, como el monstruo que era, como la anormalidad que caminaba por las calles y vivía de prestado. Y eso debió de captar el señor dueño de la frontera de Nueva York, porque me envió derechito a la sala de apestados y esperé asustado. Imaginaba mis maletas dando vueltas solitarias en esa cinta que escupe las miserias de aquellos que no pertenecen a ese lugar. Con sus ojitos diminutos, ansiando mi mano, ansiando ser abiertas por mi. Pero yo seguía sentado allí. Pensando si en el formulario verde que me habían dado en el avión, había equivocado mi pensamiento, apuntando que mi intención era acabar con el presidente de los Estados Unidos (NOTA: señores y señoras que lean estos correos, tengan en cuenta de que he dicho que era un pensamiento perdido, una excusa que puse a mi detención neoyorkina, no que en ningún momento desease llevar a cabo semejante atrocidad y, ya de paso, si me lo permiten, les preguntaré a qué viene semejante chorrada de pregunta... ¿Hay alguien que haya puesto abiertamente que SI? Pero digo que yo NO, que NO y que NO, que adoro América y a su presidente... si es necesario... a todos...). Y no, no había puesto nada en contra del presidente. Me atendió una muchacha muy simpática y de un color azabache que quitaba el sentido y me pidió los papeles. Se los dí. Me miró más seria. Me puse con cara más de culpable. Ella lo notó. Miró al ordenador. Levantó una mano y vino otra mujer. Yo creo que noté cómo el estómago se me descomponía completamente. El ruido se hizo insoportable y las mujeres me miraron. Creo que pensaron que tenía el cuerpo repleto de cocaína en bolsitas cerradas al vacío y que estaban haciendo su camino por el eterno camino de mis intestinos. Lo pasé muy mal... de verdad. Juré buscar en Estados Unidos al mejor terapeuta que curase mis neuras y poder ser feliz. Que no podía vivir siempre con semejante pesar.

Pero la mujer policía me entregó el pasaporte y me preguntó si podían hacerse una foto conmigo. Yo ya no entendía nada. Las dos se agarraron a mi cintura y pidieron a un compañero que disparase la cámara que le entregó una de ellas. Yo no sabía si reír o llorar. Si en ese país las fotos de los presos, antes de acabar en Guantanamo o algo así, se hacían con aquellos que te habían apresado entre sonrisas de orgullo.  Y, de repente, me vi fuera. Con las piernas temblando. Apresurando mi paso hacia mis maletas que lloraban angustiadas y mareadas en esa cinta sin fin... Creo que vi cómo movían la etiqueta identificativa como si fuesen perritos ansiosos de ser acariciados por su dueño. Y las recogí. Caminé un poco más tranquilo y me sentí, por fin en Nueva York. Bueno.. aún no, porque estaba en el aeropuerto y la sensación aún no era plena. 

Aún tenía que llegar a Manhattan.. Y no iba a ser tan fácil... Pero te lo cuento en otro momento... que me muero de sueño y mañana hay que madrugar. 

Un besito, mi Penélope... por favor.. en tu próximo correo dime algo de eso que te estás planteando dejarlo todo e irte a ayudar a África... me parece una idea bestial.. pero no sé, como que no te veo, la verdad...

Hasta pronto, niña...

Ulises.

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